Recuerdo bien cómo, siendo yo un niño, mi abuela paterna
hundía clavos en el sustrato de las hortensias para darles color azul en su
próxima temporada. Tiempo después leí que el cambio de color, del magenta al azul, tenía que ver con
la acidez del suelo y el aluminio, en realidad, pero imaginé una aplicación
práctica para esto.
En Los días grises no queda nadie para limpiar las miserias
de guerra; las submuniciones de las bombas de racimo, las minas, los morteros
sin explotar… aflorando apenas, como depredadores bajo el barro. Optar por un
marcador biológico y de fitorremediación parece una opción sensata, una planta prolífica y sensible a
ciertos compuestos clave que dejaría entrever, con un cambio de color, dónde
yace la desgracia. Así surge el parénquima gelatinoso, arbustivo, denso y
blanquecino que vira al púrpura, el
color de la vegetación manufacturada allá donde el odio haya tomado raíz en la
tierra misma.
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